sábado, 20 de noviembre de 2010

De soñarte

Anoche soñé con él… Fue quizás, raro, extraño, pero le soñé. Después de tanto tiempo, años diría yo, ahí estás. Me abro paso entre la multitud de un local, que no sabría decir cuál es, y te encuentro de frente, ladeo mi cabeza y giro para volver por donde había venido, pero alguien, me coge del brazo. Me giro y allí te veo, de pie, sin hacer nada. Aún me sujeta el brazo, y por su forma de mirarme, no tiene intención de soltarlo.

Estoy tranquila, siempre pensé que al llegar un momento así, flaquearían mis fuerzas y no tendría valor, pero hago que disminuya la distancia entre nosotros. Le miro fijamente, y no dejo que el perturbe mi mente. Entonces, arrollado por no sé que fuerza, me coges el brazo y me encierras contigo en un cuarto que no logro adivina cuál es. Me apoyas contra la puerta y me cercas con tu mirada.

Ahí estas, mirándome a los ojos con indiferencia y yo recordando, cuando activabas tu autocontrol y yo era capaz de destruirlo con solo acercarme lentamente a tu cuello. Tengo la tentación de hacerlo nuevamente, por el placer de demostrarnos que aun tengo el poder de seducirte, pero desisto. Me sigues mirando, intento descifrar tus pensamientos, pero me auto convenzo de que eso, da igual. Estas jugando, pero no me das miedo.

Me cercas con la mirada y con el cuerpo, apoyas tus manos sobre la puerta, creando una prisión con tus brazos, pero no me intimidas. Entonces, abogas por disminuir la distancia entre los dos, haciendo que nuestros cuerpos se queden prácticamente pegados el uno, al otro. Levanto la mirada, siempre fuiste algo más alto que yo, y te aguanto la mirada desafiante, demostrándote que no tengo intención de perder. Haces lo mismo y juegas a acercarte lentamente hacia mi cuello, me dejo, por el placer de ver quién gana la batalla o de si nadie la pierde. Finalmente, me dejas libre y afloja la prisión que suponen tus brazos, pero no has dado el golpe final… Me coges por los hombros y acercas tus labios a los míos y descargas y profundo y pasional beso. Te separas, nadie ha perdido, pero has caído nuevamente.


Me despierto en la mañana … Tranquila pero deseando que el sueño, únicamente comenzará ahí.

domingo, 7 de noviembre de 2010

De echarte de menos (sin querer)

Medias negras y su minifalda vaquera estrenada en verano. Caminaba sola por la calle aquella noche de otoño con la esperanza de que fuera la última vez que lo haría en mucho tiempo. Su rebeca azul y su bolso cruzado… Aquella noche el viento movía algo el frio, pero el recuerdo de él la abrigaba –tengo que comprar tiritas para el corazón- pensó para sí misma; - para su corazón y el mío-.

Caminaba mirando al suelo, recordando, le echaba de menos demasiado, aunque se esforzara por disimularlo. Aun se acuerda de la última despedida, cuando le dio dos besos en la mejilla, y dando media vuelta volviendo a casa. Cuando hubiera deseado cogerle la cara con sus manos y darle un cálido beso en los labios. De esos de los que él siempre espero y que quizás, nunca llegaron. De sus abrazos cuando los necesitaba. De no hablar por no molestar.

Caminaba recordando deseando volver el tiempo atrás. De haberle conocido con el corazón recompuesto y sin miedo a querer. Caminaba recordando cuanto le echaba de menos, y cuanto deseaba que a él también le pasara. Que se pusiera frente a su puerta y dijera - No te vayas-, que la cogiera por la espalda y le diera un suave beso en el cuello.

Caminaba mirando al suelo pensando en los besos que le faltarían por dar. Deseando que irse le hiciera olvidar que ya no está.

lunes, 1 de noviembre de 2010

De hacerse fuerte...

Despertó, intentando hacerse a la luz del día que entraba de entre las persianas, se sobresalto, no conocía aquella habitación, poco a poco empezó a recordar, las sabanas aún estaban mojadas por las lágrimas de la noche anterior. Intentó incorporarse y entonces se dio cuenta, un dolor en el costado, se levantó con cierta dificultad.

No había nadie. Ahora recordaba, presa del dolor le llamó, se prometió la última vez que no lo haría, pero volvió a caer. Y allí estaba ella, en su casa, llena de golpes y moretones… Fue al baño, descubrió su cara perfectamente inmaculada, pese haber dormido mal, pese a su estado, y se fue desnudando poco a poco frente al espejo para observar las heridas en su cuerpo. Se quedó allí, mirando su cuerpo desdibujado, ya no era bonito, ya no era dulce…

Se vistió y salió al salón, un vaso de agua, una manta y un montón de sueños… En una ocasión él le pregunto a ella si le dolían sus magulladuras… Ella, solamente contesto “las heridas, tarde o temprano sanaran, solo dolerán dos o tres días; sin embargo, los hechos, el corazón…hay cosas, que nunca se olvidarán”.